miércoles, 5 de diciembre de 2012

LA BALADA TRISTE DE LOS ESCLAVOS

VIENEN DE la tierra de los pastos regados con sangre de diamantes o petróleo, son los herederos de los blues melancólicos que todavía resuenan por los húmedos esteros del Mississippi y  por los  interminables campos de algodón de Louisiana. Vienen del otro lado del Atlántico, son descendientes de los hombres y mujeres que pescaban con las manos desnudas en el lago Titicaca y  de quienes cantaban al Rey Sol en las montañas peladas de Cuzco, mientras le rendían tributo de sangre al cóndor y a la llama.  Vienen de razas  altiva, la de quienes  entregaron  entre  lágrimas  las llaves de sus mejores recuerdos y se fueron cargados de nostalgia de las fértiles huertas de rosas y naranjos que bañaban las limpias  aguas del Darro, en la Andalucía almohade, hace poco más de siete siglos. 
      Las cosas apenas han cambiado, desde entonces, para los hombres que  fueron  esclavos  del egoísmo del amo blanco en las plantaciones de algodón, o de los crueles conquistadores de conciencias y  riquezas ajenas en una América de selvas e indígenas. Hace unos siglos, a los mandingas los atrapaban con redes en las orillas de las interminables playas del Senegal, los encadenaban por el cuello y los metían en las bodegas de un barco negrero para venderlos como esclavos, en subasta pública, al mejor postor.  Hoy,  viven  igualmente hacinados  y con frecuencia  se vulneran sus derechos más elementales. La diferencia más evidente es que, encima, se tienen que pagar ellos el viaje suicida al falso paraíso occidental. 
     El mundo ha evolucionado mucho en las formas, pero el fondo permanece inalterable como un estanque de agua helada. Persiste el derecho a la explotación del débil, de quienes no tienen los recursos necesarios o no saben usar las herramientas legales para defenderse. Están atados al duro remo de la galera laboral con grilletes de egoísmo, que es el sentimiento más generalizado entre la clase dominante, justo el que permite que en el mundo siga existiendo el hambre, la miseria, las enfermedades infecciosas y las guerras de exterminio. En la última década, a España han llegado muchos más inmigrantes de los que este País puede integrar sin traumas laborales. Pero de eso nadie quiere debatir, es políticamente incorrecto hacerlo. Llegaron no por un efecto llamada, sino por un efecto huida de las míseras condiciones de vida que existían y que existen en sus países de origen. Se la jugaron en una ruta suicida en la que muchos encontraron el sufrimiento y la muerte. Es probable que hoy haya en España  siete millones emigrantes que rebuscan, entre los excedentes del sistema, pan, trabajo y libertad. Es una pugna extrema entre pobres extranjeros y nacionales que no tienen otro recurso que sus manos. Los desheredados del mundo y los desheredados de aquí unidos por una misma desgracia fatal: la falta de trabajo. Los poderes públicos han creado una situación de tremenda y explosiva fragilidad, en la que estallidos xenófobos, propiciados por el hambre, pueden aparecer en cualquier momento. La inmigración masiva no fue una necesidad de sistema productivo español en un momento determinado, sino que vino propiciada por la expansión de las multinacionales españolas a países de Sudamérica y de África. Era cuestión de equilibrio de balanzas de pago y de atar con intereses recíprocos lo que en realidad era el negocio de unos pocos miles de accionistas. En España siempre ha habido un 12% de paro estructural. O lo que es lo mismo, una fuerza pasiva de más de dos millones de personas, sin cualificación profesional, que andaban al salto la mata, viviendo del turismo en verano y de las cosechas cíclicas en el sector agrario. Ahora hay un excedente multitudinario en todos los sectores, para mayor gloria empresarial, que no sólo puede elegir a los trabajadores, sino reducir los salarios a conveniencia a quienes no tienen más remedio que aceptar estas ofertas a la baja. Eso sin tener en cuenta lo que supone integrar en el sistema sanitario, educativo y de prestaciones no contributivas a siete millones de personas. Una verdadera debacle económica de la que nadie habla ni escribe por hipócrita conveniencia, o por temor a ser tachados de xenófobos. Todo esto ha sido propiciado por los dos partidos políticos dominantes, Partido Popular y PSOE., dos lastres para nuestro sistema democrático, que hace agua por todos sitios por culpa de  las decisiones irresponsables de sus representantes políticos.Alfonso Pérez Romero.

domingo, 2 de diciembre de 2012

ACNÉ REVOLUCIONARIO

No hay un detonante exacto, ni una fecha singular, que marque el ocaso de los dioses políticos españoles y el nacimiento de la todavía gestante revolución ética ciudadana. Y es que el pozo ciego y vomitivo de la corrupción, que ha contaminado nuestra convivencia y comprometido nuestro bienestar, no ha surgido por  ensalmo o arte de birlibirloque, sino que más bien se incubó en las secretas ciénegas donde el  poder asienta sus reales posaderas, justo sobre las gruesas moquetas que ensordecen las cautelosas pisadas de las aves carroñeras  y que   ponen un voto conventual de castidad y  silencio a las intrigas y puñaladas palaciegas.  Insisto en que la  descomposición política  se ha extendido como una silente enfermedad vírica, como una imparable pandemia  de despropósitos y abusos que ha terminado infectando a todo el sistema democrático. Y lo más grave es que los actores secundarios (el pueblo) de está drama bufo, de este timo de opereta,  no se han dado cuenta del engaño hasta que Europa les  ha exigido que abonen la factura pendiente de la bacanal política y económica.
      En este escenario tan negro que hace una década no podíamos ni siquiera imaginarlo, con la cuantía de las  pensiones y la calidad de la sanidad y la educación en franco deterioro, y con los trabajadores firmando contratos usura y soportando canallescos despidos y recortes, hay miles de ciudadanos con la salud tocada y entrado en años que, con la vida resuelta y el  horizonte del retiro despejado, han enarbolado la bandera de la rebeldía, la espada de la agitación, y se han lanzado a las calles coreando consignas revolucionarias.Y lo han hecho para apoyar la justas reivindicaciones de una juventud profundamente insatisfecha con un sistema tan permisivo con la corrupción, tan proclive a recurrir al despilfarro para comprar voluntades y votos y tan interesada en mantener sus  privilegios políticos, una juventud, digo, pues, que en muchos casos eran sus propios hijos, nietos y sobrinos. Hasta tres generaciones se han juntado en las calles y plazas de las ciudades de España, coreando gritos de unánime repulsa y de desprecio hacia una clase dirigente que se ha visto envuelta en continuos escándalos de saqueo de las arcas públicas.
      Nadie ignora a estas alturas que nuestros representantes políticos han traicionado sus ideales políticos y a su electorado, y han herido de muerte el propio sistema democrático, tal como hoy está concebido. En el ejercicio de sus competencias, han cometido los siete pecados capitales políticos: prostituir la economía, permitir el abuso especulativo de empresarios y financieros, y amparar y colaborar  en la quiebra contable y artificiosa de entidades financieras y bancos. Y lo han hecho desde la más absoluta impunidad legal, porque existe un pacto no escrito de silencio entre políticos, con el que se protegen unos a otros del fuego cruzado de denuncias y querellas. Este vergonzoso acuerdo verbal está garantizado por el equilibrio de intereses y privilegios en juego, de modo que ningún cargo público desenterrará el hacha de guerra para denunciar a los corruptos, salvo en casos muy esporádicos o puntuales, y en fechas muy justificadas y concretas, como son los períodos electorales. Después todo vuelve a la normalidad envenenada de siempre, al esgrima verbal floreado entre Partidos políticos, a la moderación argumental en las declaraciones a los medios, todo bajo un prisma ideológico muy correcto y juicioso,de falsa ejemplaridad. Pero esta imagen está desvirtuada por las continuas y variadas  rapiñas financieras, y hoy el descrédito de los políticos es tan acentuado que el propio sistema democrático se esta resquebrajando como un castillo de arena azotado por las olas y por los vientos del pueblo. Los confiados ciudadanos han perdido su inocencia democrática, porque se han dado cuenta que han sido víctima de una estafa económica y política  monumental.
      Y en este dantesco escenario de creciente paro, desahucios, hambre, miseria, estafas financieras, recortes, subidas de impuestos y rescate salvajes de bancos, es en el que aparecen los personajes principales de esta historia, nuestros hombres y mujeres próximos a  la tercera edad que, cansados de abusos políticos y engaños financieros, han abandonado la mecedora, el televisor y la telenovela de las cuatro, se han calzado sus botas y su chaqueta de cuero, y han puesto de nuevo en marcha el reloj de la historia personal de cada uno. Y con el alma llena de renovadas erupciones revolucionarias se han lanzado a las calles y plazas para dejar testimonio de su compromiso social, de su indudable indignación ciudadana, y para decirles a los jóvenes que no están sólo en su lucha solidaria y en su imparable revolución ética.  Les impulsa la incontestable certeza de que los truhanes políticos y financieros, que aún  se pavonean de poder sacarnos de esta crisis demencial, han laminado el bienestar de su familia, convertido  a sus hijos en esclavos de la usura internacional,  y le han sacado un billete sin retorno para el tren de la emigración, como única salida posible a  una precariedad laboral que durará décadas, en el mejor de los caso. Este análisis frío y lúcido de la situación,  es el que ha incendiado su corazón de náufragos de la dictadura y de supervivientes en el islote desierto de la democracia imperfecta,  y  el que los ha llevado hasta el límite del infarto revolucionario. En su cuerpo, lleno de dolencias seniles,  se ha obrado el milagro de la transformación biológica, como si el rejuvenecimiento de sus ideales hubieran propiciado un fortalecimiento similar en su organismo, devolviendo el vigor a sus brazos, la  luz a los lagrimales de sus ojos, confundidos por las tinieblas de las cataratas,  inflado sus pulmones de un aire limpio de montaña, y otorgado un vigor desconocido a sus huesos, dañados por la artrosis e inflamados por otras dolencias reumáticas. Ellos, que vieron como ardía París en mayo del 68, y como la contracultura hippies abominaba de un sistema esclavista de producción, se han lanzado a las calles y plazas con sus caras pintadas de acné revolucionario y, con renovados bríos, han gritado a los vientos su indignación y su asco, porque se saben también víctimas de un sistema corrupto, de un latrocinio continuado, al que el nuevo Gobierno surgido de las urnas pretender dar ahora un carácter institucional, como si los sablazos y recortes por decreto fueran un mal inevitable que terminará modernizando las estructurales laborales y sociales. Han olvidado las goteras y los achaques de la edad, las recomendaciones médicas de una vida ordenada y tranquilas, y se lanzan a tumba abierta a luchar contra la quiebra del modelo social y económico, laminado por la irresponsabilidad de los cuervos políticos y por la codicia de los cocodrilos financieros. Hay veces que, al contemplarlos hombro con hombro en las revueltas callejeras, me ha parecido advertir en la inmutable verticalidad de sus rostros, surcado de profundas grietas, una amarga sonrisa, una digna mueca de abatimiento, pero a los pocos minutos han emergido a la superficie de la lucha para contagiar su indeclinable entusiasmo a los más jóvenes, que sepan que no están solos en esta batalla desigual contra el totalitarismo financiero y sus cómplices político. No quieren ser una rémora para la revolución ética pendiente, por eso ocultan las heridas que el tiempo ha dejado sobre sus huesos, y se dejan abanicar  por el tremolar de banderas que proclaman el fin de los abusos y privilegios de una clase política, y el principio de un estado  social de verdaderos derechos.
     La epidermis revolucionaria se ha instalado con fuerza en su alma de quijotes  ideológicos, que han visto truncarse el sueño de una sociedad más justa y solidaria, por el que tanto lucharon sus padres y sus abuelos, y este sentimiento se hace más evidente cada vez que pasean por las calles y plazas de su ciudad y ven como la miseria y el hambre se va extendiendo por todas partes como una epidemia incontrolable. Constatan sin asombro como se ha multiplicado el número de personas que piden limosna a la puerta de las iglesias o en las esquinas de los grandes almacenes, y como otros muchos montan en cualquier parte un tenderete de pobreza y venden a cualquier precio los restos del naufragio familiar. En los nocturnos insomnios, cuando el desencanto duele en el alma desvelada, pasean por calles oscuras y desiertas y, bajo la luz agonizantes de alguna farola, comprueban sin asombro como docenas de mendigos, con la piel marcada por la daga del hambre, rebuscan en los cubos de basura de los supermercados, y rescatan con una sonrisa de satisfacción la fiambre caducada, la verdura contaminada por la podredumbre, las rebanadas de pan bañadas de relente y de luna.  Todo es tan triste, tan gris, tan inexplicablemente decadente y caduco, que parece una estampa en sepia arrancada a un pasado de posguerra colonial, de hambruna, miseria y piojos. Pero no es más que la confirmación del fracaso de un proyecto político, dinamitado por la corrupción y el despilfarro,  y de la extensión de sus consecuencias hacia las capas sociales más humildes y desamparadas. Y vuelven a sus casas, cansados de soledad y luna, con un desgarro ideológico en su alma, y surge en su alma la inevitable y áspera pregunta: ¿Por quién he estado luchando yo?, ¿por quiénes hemos estados luchando todos nosotros?. Ahora, quizás, si, ya sabemos que la sucesión de situaciones y personajes históricos producen el reflejo sensorial de que la civilización avanza hacia alguna parte, cuando en realidad estamos detenidos en la prehistoria, repitiendo una y otra vez con Hobbes que el hombre es un lobo para el hombre. Alfonso Pérez Romero.








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domingo, 18 de noviembre de 2012

LA GENEALOGÍA DE LOS HOMBRES DE ORO

Están tocados por una mágica confluencia astral y nacen para mamar de una teta de oro, de una generosa ubre de diamantes de la que mana una abundante y saludable leche virginal. Crecen envueltos en sábanas hilos, su piel es untada con ricos y olorosos aceites, y son custodiados por manos de doncellas versadas en el arte de satisfacer sutiles caprichos, aguantar autoritarios berrinches y tolerar toda clase de desprecios y humillaciones. No han alcanzado aún la pubertad, cuando ya son conscientes de pertenecer a una clase rica y dominante, destinada a ser reverenciada por el populacho y a liderar a las clases medias y  obreras. adocenadas por la falta de instrucción cultural y por los duros trabajos. Se sienten distintos, distinguidos, especiales, señores de la empresas y del dinero, dueños del presente, del pasado y del futuro de generaciones enteras de lacayos, a los que imponen su estricto criterio y autoridad. Las normas financieras están hechas a la medida de su codicia y presumen de poder pagar el precio de cualquier antojo y de comprar, a discreción,  voluntades y afectos. Algunos no lo saben, pero son los herederos de las conciencias absolutistas del medievo, modernos señores feudales que cabalgan a lomos de los puras sangre de un lujoso Mercedes o de un brillante y espectacular  Ferrari, a veces pagados por ellos, pero siempre abonados con dinero del erario público. Todo les pertenece y todo les es regalado. Dominan las situaciones con el escudo siempre heráldico de su apellido y, cuando no es suficiente, recurren al cargo, al dinero, a la herencia, o a la influencias de  familiares y amigos. Estudian y obtienen títulos en universidades privadas, en la que los enseña a manejarse en esta jungla urbana de cocodrilos financieros y mariposas envenenadas, y los preparan para liderar proyectos económicos con los que saquear las arcas de los ignorantes ciudadanos. Obtienen la graduación y pomposos másteres en colegios ingleses o norteamericanos, y nunca tienen problemas para realizar prácticas y obtener empleos, bien pagados,  en multinacionales o grandes corporaciones públicas. Por supuesto, no se someten a la indecencia común de pasar unas duras oposiciones y, si las hacen, obtienen el aprobado y la plaza de antemano, bien por dudosos méritos, puntos por servicio no prestados, o cualquier otra leche que se inventen. En el plano intelectual no son nada, nadie, pero se rodean de inteligentes asesores, generalmente hijos de la gleba, que ponen su talento al servicio de estos pérfidos personajes que han hecho doctrina del desprecio al débil.. Digo que estos gabinetes o equipos de asesores son las muletas que sostienen el débil entramado  intelectual de muchos de estos grises estadistas políticos y hábiles reptiles  financieros. E insisto en que son engreídos, fatuos, soberbios, desprecian cuantos ignorar, sobre todo a las clases más pobres, porque no saben identificar el rostro humano de la miseria, ni saben de qué color son las lágrimas del sufrimiento. Llevan una vida regalada, de lujos pagados y amantes sexualmente insatisfechas, que fijen orgasmos imposibles  para no herir su susceptibilidad de machos ibéricos, y para que no mengüe el talón que suelen dejar, con discreción y elegancia,  sobre la mesa. Todo en su vida tiene un falso brillo de oropel, una falsa solemnidad cardenalicia: sus compromisos políticos, sus reuniones de negocios, sus montajes económicos, sus afectos y lealtades... Su único patria es el dinero y su único Dios es el becerro de oro, pero se llevan bien con la Iglesia, y suelen defender a boca llena la bandera y la territorialidad, pero sólo como parte del negocio. Algunos viven del aire de las rentas hereditarias, pero la mayoría se nutren del dinero que llega desde las cavernas políticas y financieras, de los bajos fondos del poder, con los que intercambian favores, el clásico hoy por tí, mañana por mí. Raro es verlo cometer algún delito, algún error político grave, pero a veces la excesiva codicia los lleva a realizar órdagos que comprometen su patrimonio y su prestigio. Pero siempre salen indemnes de estos saraos penales, porque la justicia es mucho más ciega y sorda cuando los implicados en tramas corruptas son ricos e influyentes. Es lo de siempre. Es el mundo desde que es mundo, y gira y gira. Es contar la misma historia que nos contaron nuestros abuelos, que sufrieron nuestros padres y que ahora nos toca padecer a nosotros. Alfonso Pérez Romero.



sábado, 17 de noviembre de 2012

EL CREPÚSCULO DE LOS HOMBRES APÁTRIDAS


La estrategia global de integrar territorialidad y economía en un sólo bloque político y financiero,  sobre el que el capitalismo salvaje pueda ejercer su estrategia saqueadora con total libertad, ha sido una de las más desafortunadas decisiones tomadas por las sociedades europeas. Los ciudadanos de las democracias occidentales nunca tuvieron una información clara y suficiente sobre lo que se avecinaba, y tampoco era fácil calibrar el riesgo que suponía la puesta en práctica de tan diabólico y elitista proyecto.  En realidad, a la gente ni siquiera se le dio a elegir entre el sí o el no, sino que fueron partícipes involuntarios y obligados del sibilino plan, que fue implantado en el mundo de un modo gradual, encadenando economías entre sí, y haciendo dependiente unas de la otras y todas de la misma economía global. Y mientras todo esto sucedía, atabaleros mediáticos tocaban redobles triunfales, poniendo un fondo de percusión a la mentirosa oratoria de los representantes de la usura internacional, que prometían el paraíso en forma de un nuevo e interminable ciclo de prosperidad.  Este olímpico desprecio informativo de la oligarquía internacional hacia las clases medias y bajas, garantizaba la confidencialidad y buena marcha del negocio, ya que evitaba el peligro de rechazo social. Nadie pareció advertir el abordaje a las arcas públicas que se avecinaba, pero no fue por  ignorancia o desacierto público, sino que contaron con la  connivencia de muchos políticos y economistas,  que colaboraron en el montaje del artificio global, ayudando a su implantación social y a su difusión mediática. Lo vendieron como el elixir mágico que acabaría con el hambre y el desempleo en el nuevo siglo. Hubo por tanto, entre estos adyectos personajes,  un pacto no escrito de silencio, un engaño masivo tolerado. Y mientras los medios afines seguían promoviendo falaces razonamientos, la economía fue criminalmente desregularizada,  rompieron las barreras arancelarias, atacaron con el cuento de la aldea global  la vertebración ideológica de los pueblos e hicieron saltar por los aires el concepto ancestral de la territorialidad, entendida esta como conjunto de  ciudadanos vinculados por  una lengua, una cultura y una historia común. El capitalismo dividió su estrategia en distintas fases de implantación, de modo que mientras el pueblo era adormecido con una fase inicial de creación de riquezas expansiva y con una creación de empleo y de inversiones desbordantes, fueron colocando cargas de dinamita económica en los puntos claves de la sociedad (finanzas, política, economía...), con el objeto de hacerla saltar por los aires en el momento oportuno. Al mismo tiempo, impusieron  un credo ideológico común en todo el mundo desarrollado, justo el de que no hay otra ideología política que el bienestar y el dinero, y la fueron inoculando en la piel y en la sangre de los desprotegidos y confiados  ciudadanos. Por entonces, ya habían conseguido sobornar políticos, corromper empresarios advenedizos, intoxicar entidades financieras y endeudar familias con créditos fáciles y sin garantías. Les faltaba por doblegar al nacionalismo radical  (la izquierda marxista hacia tiempo que estaba derrotada), que vincula su ideología al concepto de territorialidad y a la pureza de la  sangre, y lo consiguieron abriendo de par en par las fronteras a la inmigración masiva, hasta conseguir una multitudinaria mescolanza de personas y costumbres, creando de esta forma  un elemento  corrosivo contra  cualquier aspiración nacionalista que supusiera  regresar a una Europa de fronteras, nacionalismos y razas. Hoy se sabe que en los países no mandan sus propios gobiernos, que estos son títeres movidos por hilos y manos invisibles, que las leyes económicas las dictan los mercados, y que crece en torno a los pueblos un endeudamiento que amenaza con asfixiarlo Es el nuevo yugo de una esclavitud impuesta por los oligarcas financieros, los nuevos reyes del universo. Estos monarcas han orquestado, con extraordinaria inteligencia y no menos audacia, una revolución que ha cambiado en poco tiempo todas las leyes laborales y económicas que regían el mundo civilizado. Son ricos ociosos que se ha cansado de ganar dinero del modo tradicional, y que hoy se distrae con el diabólico plan de empobrecer al mundo y devolverlo a una época preindustrial, donde los derechos eran escasos y el bienestar ninguno.  ¡Qué Dios nos coja confesados, a nosotros y, por si acaso, también a ellos!. Alfonso Pérez Romero.





lunes, 5 de noviembre de 2012

EL EGO TRIUNFANTE Y SU HERMANA LA POBREZA

EL REFLEJO efímero del ego triunfante nos hace dudar de que los ricos estén hechos de los mismos materiales de debilidades y miserias que los pobres. Envueltos en una ingrávida burbuja  de elegancia y distinción, los célebres de opereta marcan una prudente distancia con el común de los mortales, los pobres hombres corrientes  que muestran en sus trémulas carnes las heridas abiertas que provoca el desamparo laboral y  las deudas eternas, cuando no el desahucio y el hambre. Insisto en  que quienes están uncidos por el laurel de la fama, desprecian la moda social, el prêt-á-porter, por lo que cubren sus vergüenzas con sedas de Asia, cortadas por sastres de tijeras de oro y elaboradas a la medida de su vanidad. Estos ricos césares  se divierten profanando los altares en los que  se rinde culto pagano  al becerro de oro, ante el que  exudan sus podridas conciencias, antes de someterse a oníricos baños de masas y  a extenuantes sesiones mediáticas de fotomontajes. Todo por mantener viva la llama del espectáculo y las ventas. Para estos nobles hidalgos, el éxito no es  mirarse al espejo todas las  mañanas y ver la huella de los años  dibujada en cada arruga, en cada afrenta  no vengada de la piel, sino maquillar la edad del tiempo y sonreír sublimes ante el milagro de las cremas y los afeites, de la liposucción y los rizos postizos, y un largo etcétera mercantilista que pone de manifiesto su  profunda vacuidad intelectual y existencial.  Y es así como, transformados por la química  en modernos Dorian Gray, se convierten en iconos generacionales, en referente de una época y de una sociedad tan vacía de ideales como ahíta de ídolos. Saben provocar polémicas que convierten en oro, bien sean por sus montajes amorosos, por sus ganancias desorbitadas, por sus récord mercantiles, por sus simplonas melodías, por sus insoportables películas o cualquier otra actividad de entretenimiento social que cultiven, que es seguida y comentada con mediático interés por el pueblo.
     A veces, estos vendedores de humo e incienso,  provocan en los ciudadanos más ingenuos, en esos  muchachos en flor con poca formación y menos experiencia, una mezcla de admiración injustificada y de envidia siempre excesiva. Y casi sin darse cuenta nace en su interior un secreto deseo de emulación personal, una fuerza invisible que arrastra y estimula su espíritu competitivo, pero que la mayoría de las veces termina en  frustración y rabia, ante las escasas posibilidades que tienen de cumplir el complicado reto. No obstante, porque el azar es así de caprichoso, hay hombres afortunados que consiguen cumplir sus sueños,  y se arranca a sí mismo de los arrabales de pobreza y se encumbra hasta cimas artísticas,  deportivas o de cualquier otro género. Son chispas arrancadas al pedregal de la miseria, que  no tardan en convertirse  en objetos de adoración pagana, con miles de seguidores siguiendo la estela de esos sueños cumplidos.
     Es verdad que en la vida el esfuerzo y el talento nunca jugaron papeles secundarios. De modo que la voluntad y la inteligencia son armas que nos disparan hacia el futuro y que nos hacen superar dificultades que, en otros casos, nos hubiera hecho desistir por  considerarlas insalvables. El frío muro que separa el fracaso del éxito no existe más que como un malentendido social capaz de trastornar las conciencias más vulnerables, menos formadas. Tener éxito y creer que somos extraordinarios, irrepetibles o insustituibles, es dar facilidades para que aniden en nosotros los desequilibrios psicológicos. Hay mucha gente que trata de imitar la vida y milagros de personas a quien idolatran profundamente, sin darse cuenta de que  no hay dos biografías iguales, porque las circunstancias son tan complejas como infinitas e irrepetibles. La frontera que separa la racionalidad de la neurosis no está claramente definida, pero el hombre debe  acomodarse a sus limitaciones y no provocar acontecimientos sobre los que no tiene control alguno. Por lo demás, lo fundamental es saber que bajo la vanidad y la soberbia de los triunfadores, bajo esa halo de dioses del Olimpo, habitan hombres con sus egoísmos y sus dudas, que tratan de disimular para dignificar el retrato público de sus miserias. La riqueza no nos hace más inteligentes ni más sublimes, antes bien, al contrario, en muchos casos nos hace infinitamente más estúpidos y engreídos. No siempre somos lo que queremos parecer, porque para conseguirlo se exigiría una actuación pública impecable, sin interrupción y sin debilidades. Incluso me atrevería a decir que en el juego de los espejos del mundo, nuestra imagen se multiplica infinitamente. Somos tantos yo, como ojos nos ven. Hay pocas gentes con la suficiente sencillez y humildad como para aceptar su limitaciones y su finitud. Y demasiados egos actuando con vocación de sublimidad, fluctuando a conveniencia sentimientos y razones. Es el hombre en su complejidad esencial, con sus infinitos matices, que lo hacen casi invulnerable al conocimiento racional. Accedemos a las personas que nos rodean a través de la experiencia diaria, pero la información que nos proporcionan los datos empíricos es un reflejo equívoco y circunstancial. Y esto es así porque dentro del hombre están todos los hombres: el varón bondadoso, el asesino despiadado, el comerciante avariento, el banquero codicioso, el amante de la justicia, el violador insaciable.... En nuestro inconsciente cohabitan, en aparente  y frágil equilibrio, todas las personalidades en una sola personalidad que, a su vez, controla  y representa en público a las restantes. Digamos que es la comandante en jefe de los múltiples yo que invernan en nuestro inconsciente. Por lo general, se mantienen en segundo plano, obedecen, pero  no de un modo ciego y absoluto, sino que en situaciones de tensión o inseguridad pueden llegar a descontrolarse y nos exigen un gran esfuerzo y equilibrio para mantenerlos en orden. En algunos casos, se amotinan y, algunas de nuestras personalidades secretas,  toma el mando durante un cierto tiempo: son las alteraciones de ánimo, las depresiones, los estallidos de cólera. En definitiva, son los actos descontrolados en los que no nos reconocemos y de los que nos arrepentimos enseguida, porque nos avergonzamos. Alfonso Pérez Romero.





lunes, 22 de octubre de 2012

LA ALQUIMIA POLÍTICA O COMO TRANSFORMAR EL BIENESTAR EN RUINA

     LA MAYORÍA de las revoluciones se han hecho para alimentar el hambre física y el hambre de libertad de pueblos oprimidos por la clase dominante. De modo que los ideales políticos extremos siempre se han movido en un plano de realismo social, como es el dar de comer al hambriento, y en otro de virtuosismo  ideológico, cuyo símbolo más representativo es de una enorme e imprecisa belleza conceptual: Libertad. Una vez cubierta la prioridad alimenticia, con el pueblo en plena digestión libertaria, entran en el juego político otros valores muy importantes, trascendentes diría yo, como son el derecho a la sanidad, a la educación gratuita y al pleno empleo, promesas todas estas que suelen encontrarse en el ideario básico de cualquier democracia o revolución que se precie. En España se alcanzaron casi todos estos objetivos (menos el empleo) durante  el asombroso crecimiento de la década previa al estallido de la crisis, pero ocultaron que, en la práctica, el bienestar social, se obtenía articulando secretas políticas de enorme endeudamiento, de la que los partidos políticos obtenían un rédito electoral inmediato. Esa ha sido una de las causas del agravamiento de la burbuja financiera  y  de la grave crisis de empleo que padecemos. Y lo peor es que se ha actuado con total irresponsabilidad y con un absoluto desprecio a las consecuencias sociales de las deudas. En cada campaña electoral prometían un poco más que en la anterior, iban más lejos en el gasto público que el adversario político, de modo que llegó un momento en el que el disparate del déficit alcanzó cotas demenciales.  A los políticos españoles la deuda soberana y la quiebra financiera les importaba muy poco. Lo que realmente les preocupaba era su presente y su futuro en la vida pública. Por eso se presentaban en las citas  electorales como modernos alquimistas, en posesión de una fórmula secreta capaz de transformar la ruina en puro oro y en montañas de euros. Y como no pensaba cumplir sus promesas y estaban exentos de responsabilidad penal, prometían milagros imposibles (superar en PIB a Francia, o tener la misma renta per cápita que Alemania), lo que parafraseando a Goethe, suponía invitar a los ciudadanos a una extraña neurosis social. Así ha ido transcurriendo una elección tras otra, sin control sobre el gasto o el presupuesto, despilfarrando lo que no era suyo, cuando no apropiándose con extrañas maniobras del dinero público. En esto si han demostrado ser unos auténticos magos.  ¿Veis por aquí unos milloncitos de euros?. Sí, pues ya no los veis, ni lo volveréis a ver nunca más, Así eran las cosas hasta hace muy poco, justo hasta que al pueblo se le ha exigido que pague las facturas pendientes de la deuda generada por políticos y financieros, y ha gritado ¡basta!. Los ciudadanos exigen responsabilidades, que ahora nadie quiere asumir. La inquietud se ha instalado entre los más ricos que se apresuran a esconder sus riquezas en paraísos fiscales, mientras los políticos ponen cara de tontos ante la justicia y ante el pueblo, mientras lanzan un mensaje que de tanto repetirlo parece cierto: "son los efectos de la crisis mundial y de la burbuja inmobiliaria". Y mientras el pueblo combate como puede la amenaza del paro y del hambre física, nuestros amados lideres políticos siguen cobrando de la nómina de papa Estado, o, como no, disfrutando de cargos de asesores de multinacionales y grandes empresas que, con la sombra de la crisis y el despilfarro al cuello, están siendo remolcadas a buen puerto con dinero público. De modo que llueven deudas sobre los bolsillos de un pueblo que lame sus heridas a la intemperie de los profundos recortes y el galopante desempleo. No hay argumentos de peso con el que desmontar la tesis de la estafa económica. El mensaje de la austeridad pública y de los ajustes en el gasto no cala entre la ciudadanía. Los políticos que nos han pastoreado en los últimos 30 años, ya no pueden manejar, con sus vacuos discursos y promesas, los grandes rebaños de masas. Los perros mediáticos ladran tratando de intimidar y reordenar a la gente, para que piensen y actúen en una determinadas dirección, pero los ciudadanos se han rebelado contra la dictadura de esta clase política, irresponsable e inmoral, y exige cambios políticos y legislativos. Se les está derrumbando el chiringuito político porque el pueblo ha despertado y se ha dado cuenta que, aunque las cosas en tres décadas han cambiado mucho en el aspecto formal, en el fondo subyace un sistema de dominación y explotación que dura ya casi dos mil años. Y la élite quiere conservarlo a cualquier precio. Por esa razón, en un momento de la historia, apostaron por la democracia como forma de gobierno y le entregaron la soberanía política y nacional al pueblo. Así pretendían evitar los ciclos revolucionarios, con sus sangrientos cambios políticos y sus incontrolables vaivenes ideológicos. Esta apuesta ha triunfado en sociedades occidentales muy avanzadas, en el plano económico y educativo, pero han sido sustancialmente fraudulenta en naciones con niveles de renta más bajos y con índices de analfabetismo funcional muy altos. Y esto es así porque las limitaciones intelectivas de amplias capas de la población, facilitan la manipulación social, el clientelismo político y la orientación partidista del voto. Así hemos podido comprobar en estos últimos tiempos la caída de los dioses políticos griegos, a los que ha seguido Irlanda, Portugal, España e Italia, colocando a estas sociedades del sur de Europa al borde mismo de un estallido social, sin precedentes en Europa desde la revolución francesa de mayo del 68. Los pueblos han salido a la calle para gritar que "la paz tiene un precio", y este precio es la regeneración moral de su clase política que, más que protegerse en auténticos búnker legales, deberán facilitar su imputación y procesamiento penal, cuando se vean envueltos en casos de corrupción, con objeto de hacer creíble su honradez política. Esto no ha sido así, hasta ahora, y el espectáculo de egoísmo y codicia que brindan no se sustentan en razón alguna, sino que enmascara un fraude democrático a sus propios votantes, y lo hacen brindando al sol de la mañana, porque se sienten protegidos por jueces y leyes. Pero a todos los actores de esta trágica comedia económica (ciudadanos, políticos, financieros, empresarios) nos consta que se está escribiendo la página final y que no permitiremos que pase lo de siempre: Que los poderosos cambien las reglas formales de juego democrático, para que en el fondo todo siga igual otros cien años. Alfonso Pérez Romero.

domingo, 21 de octubre de 2012

LOS ENGAÑOSOS CAMINOS CONCENTRICOS DE LA DEMOCRACIA

TE OFRECEN la democracia como una encrucijada de caminos políticos, pero son concentricos y todos comienzas y terminan en el mismo sitio, P.P. o PSOE, que se alternan y se alternarán en el gobierno de España por los siglos de los siglos. Esto nos lleva a la inevitable reflexión de que vivimos el espejismo de una engañosa libertad de voto que, en la práctica real, no es negada al estar limitada a dos únicas opciones políticas, con algunas formaciones minoritarias que actúan de palmeros y que dan un matiz de falso colorido ideológico a la convocatoria de elecciones. De vez en cuando, por circunstancias de voto o por el puntual descrédito de los Partidos, a estas formaciones comparsas les toca la pedrea de una coalición de gobierno y entonces se les ve el plumero político de las componendas, por lo poco que tardan en poner de acuerdos sus programas y en repartirse el botín de los cargos públicos. Se podría hablar, incluso, de traición a los votantes si los Partidos políticos estuvieran estructurados en torno a ideologías perfectamente definidas, pero hoy las formaciones no venden ideas políticas sobre la realidad y, mucho menos, mecanismos de acción que alteren el equilibrio (más bien desequilibrio) económico. De modo que construyen sus propuestas programáticas a partir de la conservación del injusto sistema existente y de la modificación de algunos puntos subordinados a la idea central (Constitución inaplicable y democracia imperfecta), de manera que todo siga igual en el fondo, con variaciones insustanciales. Así se llega al resultado de que el acto de votar es un mecanismo puramente formal, carente de sentido práctico, y sin otra connotación para el futuro político que el cambio de algunos nombres en los cargos más relevantes y la reaparición periódicas de otros que se daban por desaparecidos en combate electoral. La tediosa repetición de estas maniobras va creando un profundo desencanto en los ciudadanos, hasta el punto que se comienza a cuestionar seriamente el propio sistema de convivencia política, tal es el calado de un engaño que apenas se sustenta ya en el recurrente prestigio de la joven democracia que nos dimos, o de la Constitución que nos ampara. La gente se ha cansado de lo que podríamos definir como "mantenidos", señores que llevan 30 años en primera plana, viviendo de los privilegios políticos, alternando cargos distintos y amasando una considerable fortuna personal, bien de forma directa o a través de sociedades o del propio entorno familiar. Es la riqueza sobrevenida sin otro mérito que estar en el sitio correcto y en el momento adecuado. Parece que esos bienes no los paga nadie, pero al final la factura siempre se le pasa al pueblo. Y este tipo de escándalos económicos salta con frecuencia a los medios de comunicación, y va minando el prestigio de los políticos y la credibilidad del sistema democrático, que no se renueva a sí mismo con rostros,  nombres e ideas nuevas, y, sobre todo, implicando a los ciudadanos en la toma de decisiones. Antes bien, al contrario, estos tropiezan siempre con las mismas promesas incumplidas, el mismo mensaje falso de transparencia, idéntico desenlace de engaño en una realidad futura que pintan rosa y que enseguida se torna gris otoñal o, como ahora, de negro y proceloso invierno. En el sistema político español hay mucha gente reconvertida en escéptico, porque desconfían de quienes ostentan la representación política,  y comienza a dar la impresión de que el sistema democrático se mantiene de pie, con grietas y rezumando humedad, por pura inercia electoral. Pero les conviene andar diligentes a estos toreros políticos, que están acostumbrado a ver el toro del hambre y del paro y de las manifestaciones de protestas, desde la barrera del cargo público, porque no hay distancia ni altura que el pueblo no salve en horas bajas de un más que probable estallido social. Alfonso Pérez Romero.

domingo, 14 de octubre de 2012

LA INTOLERABLE REBELIÓN DE LOS MEDIOCRES

     SON MUCHAS las vicisitudes vividas por las sociedades occidentales en los últimos años, sobre las que han percutido corrientes filosóficas, políticas, sociológicas y económicas, muy seductoras, todas con una finalidad concreta: crear un prototipo de ciudadano dócil y fijarlo al trapo de una ilusión óptica de bienestar perdurable. Al igual que al asno le colocan una zanahoria delante del hocico, pero a suficiente distancia para que no la alcance nunca, al ciudadano corriente le han colocado el señuelo de la riqueza, pero sin advertirle que nunca la alcanzara por mucho esfuerzo que ponga en el empeño. Nos han hecho vivir en una burbuja de bienestar que estaba programada para estallar, para dejarnos después a merced de los vientos de la indigencia, y sin haber aprendido a volar. Aún nos cuesta asumir el engaño y aceptar que para conseguir derechos plenos en educación y sanidad, tendremos que comenzar una lucha desigual desde cero. Venimos de una guerra civil genocida y de una dictadura militar que impuso su credo político, como una camisa de fuerza, a una España acobardada y hambrienta. Mucho nos costó salir de ese abismo histórico y pronto olvidamos los principios básicos a respetar para una honesta convivencia en común. Ahora participamos de una cultura democrática construida a golpes de enredos políticos y engaños financieros, que tienen como componente básico un severo pragmatismo económico que, a fin de cuentas, es la filosofía de las multinacionales que nos han dominado en las últimas décadas. Del idealista "Todo por la Patria" de los cuarteles franquistas, hemos pasado a "Todo por las grandes corporaciones y el dinero", de modo que hay un evidente cambio en la psicología social y en los objetivos individuales de los ciudadanos. El hombre ya no trabaja por la realización de un ideal, ni por alcanzar la perfección intelectual o espiritual, sino que lo hace sólo por las cosas que le interesa y que le reporta un bien material. Es lo que podríamos definir como el materialismo pragmático. Es decir, que el ciudadano sólo encuentra placer en la consecución de objetivos que puedan ser contabilizados como beneficio económico. El hombre se ha (lo han) auto programado para adelgazar sus aspiraciones y lo ha hecho hasta el límite de que ya sólo le interesa el dinero y el poder que, de por sí, llenan sus expectativas existenciales y justifican cualquier medio que utilice para conseguir sus espurios propósitos. Es obvio que tan altas cotas de imperfección intelectual no se alcanzan porque sí, exige sacrificios personales -ausencia de vida sentimental, puñaladas, estrés, rendiciones- y una dureza granítica de carácter para soportar las críticas y la presión social. La biografía de los "ilustres" hombres políticos o de empresas, de este último cuarto de siglo, no resistiría la prueba del algodón, porque el meteórico ascenso social de la mayoría está jalonado de mentiras, traiciones, oscuras operaciones financieras y de acoso y derribo de adversarios. Es la pasión por el ser a cualquier precio, de cualquier forma y con cualquier instrumento, por encima de las posibles excelencias de otras personas con mayores capacidades y merecimientos. Al final lo que vale es el patrimonio y la cifra que dispongas en la cuenta corriente, porque a partir de ahí es posible comprar un pasado, inventarse una hoja de servicios, adquirir un currículo escrito con letras de oro y renglones torcidos, lleno de inexactitudes y mentiras, pero que será divulgado como una verdad incuestionable por los perros mediáticos que actúan como comparsas al poder. Hace mucho tiempo que el talento y la capacidad creativa pasaron a un plano secundario, enterradas por la audacia irresponsable de los mediocres, por los clanes políticos, por las mafias empresariales, por los nidos financieros y todo tipo de lobbies que alimentan su ego con el hambre y la desgracia del pueblo. Alfonso Pérez Romero.

viernes, 12 de octubre de 2012

UN REQUIEN Y DOS MISAS POR LA INESTABLE PAZ SOCIAL

    Los principios éticos que inspiraron los movimientos sociales del pasado siglo, y que figuran en la memoria colectiva como un tiempo irrepetible de luces solidarias y de sombras políticas, adquieren protagonismo en esta fatigada época que nos ha tocado vivir, tan cargada de incertidumbres políticas, de tensiones sociales y de crisis económica. La contracultura hippies podría ser implantada, sin riesgo de rechazo, en esta sociedad anatematizada por el latrocinio financiero y la especulación de los mercados,  y      sus reivindicaciones ser asumidas por una mayoría ciudadana cansada de saqueos, despilfarro y engaños.
    A los jóvenes melenudos les preocupaba el medio ambiente, el pacifismo, la revolución sexual, la liberación femenina y la discriminación racial. ¿Quién no firmaría en la época actual todos estos principios de libro ético? Los hippies supusieron un punto de inflexión contestataria en el devenir bélico de un sociedad que encontraba un placer intenso en la consecución de objetivos pragmáticos, asociados a la producción industrial en masa o al trabajo en cadena que, inspirados en las teorías de Keynes, serían clave para el desarrollo del estado del bienestar. En la década de los 60, los jóvenes se rebelaron contra su adoctrinamiento social y se negaron a ser esclavos de la cultura del consumo de masas, que enriquecía a unos pocos en detrimento de una mayoría que se dejaba su salud por un exiguo salario. El paralelismo con la época actual es evidente, de tal modo que el mundo, en su devenir pendular, parece haber vuelto al sitio desde donde partimos hace 50 años. Aunque quizás el máximo legado de aquel tiempo memorable sea la búsqueda de un mundo espiritual y el amor por la naturaleza, que tanto bien nos haría ahora, y todo sin descartar el enorme legado literario y musical de una época de autores y canciones pacifistas irrepetibles: Joplis, Pink Floyd, Hendrix, The mamas & The papas, Baez.......
     Del tronco de la cultura hippie, surgieron otros movimientos ciudadanos emblemáticos, entre los que se encuentra el mitificado mayo del 68, cuyas coincidencias sociales y laborales con las circunstancias históricas que en este momento vive España, no pueden más que propiciar una profunda y desoladora reflexión. Como en el caso español,  la mayor revuelta estudiantil y la huelga más numerosa de la historia,  ocurrió después de una década de expansión económica y de desconocida prosperidad en Francia. ¿Les suena?. Como ha ocurrido aquí, aunque por factores no coincidentes en cuanto a corrupción, despilfarro y burbujas, el paro en Francia subió en poco tiempo como la espuma, en especial el juvenil, y millones de trabajadores vieron mutilados sus sueldos, desvaneciéndose para ellos la posibilidad de acceder al estado del bienestar,  La precariedad laboral avanzaba y las protestas sociales eran abortadas por una policía antidisturbios que, por sus métodos expeditivos,  no gozaba del aprecio ni de la indulgencia popular. Esta era la situación en  Francia, en los años previos al estallido estudiantil, pero podría estar haciendo una perfecta radiografía social y laboral de la España actual, cuyo reflejo se acentúa si le añadimos la desconfianza en las instituciones públicas, sobre todo las políticas y sindicales. Así se llega en Paris al recordado 10 de mayo, la mítica noche de las barricadas en el Barrio Latino, las graves revueltas y la respuesta institucional del General de Gaulle, que ordena sacar los carros blindados a las calles, al día siguiente. El resto de la historia es bien conocido.   El Mayo del 68, en Francia y en el resto del mundo,  está dentro del contexto de una época en la que la  balanza ideológica encontraba un punto de equilibrio entre distintas corrientes políticas, como el marxismo, el maoismo, el socialismo y el capitalismo y, en esta lucha hercúlea entre sociedades antagónicas, hasta el ciudadano más extremista podía encontrar una bandera en la que envolver sus sueños pacifistas, burgueses o revolucionarios.
    Mucho ha llovido desde el festival hippie de "Woodstock", tanto que el hombre ha vuelto a perder  el faro ideológico que iluminó su identidad política  y que posibilitó los grandes avances sociales y la consolidación de un estado del bienestar que ahora es dinamitado por la oligarquía financiera.  Y otra vez,  como cuando surgió en EE.UU. la contracultura hippie o explotó el mayo del 68, los ciudadanos europeos, cansados del expolio político y desengañados de la dependencia cómplice de sus desacreditadas instituciones, de nuevo  buscan enarbolar una bandera o un credo ideológico cuyos principios reivindicativos y éticos  den consistencia y sentido a una lucha social que se hace cada día más necesaria. Es imprescindible   contrarrestar la silenciosa e intensa  involución de los derechos sociales que la élite financiera y empresarial está provocando en las clases medias y en los ciudadanos más débiles. La oligarquía trata de de recoger el resultado de  las exitosas prácticas globalizadoras de las últimas décadas, y de  las convenidas uniones de sangre política y de mercados aduaneros. Mientras tanto, surgen grupos dispares, heterogéneos y con reivindicaciones confusas,  como el 15 M, o de estética transgresora, como los antisistemas, cuyo perfil violento enlazan con los manifestantes más radicales de  las huelgas salvajes de mayo del 68. Unos y otros, parecen funcionar sin orientación ni afinidad política y sin liderazgo ideológico. Pero, sin duda, estamos otra vez ante  la historia girando sobre sí misma y colocándonos frente al espejo del tiempo, confirmando que por mucho que avance la sociedad en lo económico y en lo técnico, explotadores y explotados, estamos siempre en el mismo sitio. Unos frente a otros, y con los cuchillos afilados. Alfonso Pérez Romero.

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domingo, 7 de octubre de 2012

LA POLÍTICA Y EL ADICTIVO OLOR DE LA RIQUEZA

     LA TOLERANCIA con la corrupción política se asienta sobre un sistema de complicidades múltiples, basadas en la traición al sistema democrático y al pueblo. Esto, que es tan obvio, no parece  entenderlo la gente sencilla, que se empeña en legitimar con su voto cíclico algo intrísicamente perverso, como es el manejo para el interés privado de los caudales públicos. La situación ha ido degenerando por la falta de control administrativo y ético,  y ahora la bola de nieve de la corrupción alcanza proporciones tan grandes que podría laminar al propio sistema democrático. 
     Parece difícil de entender cómo el hombre ha desenfocado de su vida la diana ética y se ha desentendido de los códigos morales que regularon la convivencia social hasta hace unos años. Es evidente que este ha sido un largo proceso filosófico en el que la responsabilidad de la degeneración moral de las sociedades occidentales recaen, fundamentalmente, sobre los mercaderes de conciencias, intelectuales religiosos y otros creadores de corrientes de opinión, comprometidos con la política y el capitalismo. Lo cierto es que el hombre demuestra  haber perdido la capacidad para optar entre el bien y el mal,  y ahora es una alimaña más en esta jungla de asfalto y metal, donde las reglas parecen estar hechas para ser violadas por quienes tienen la capacidad, y los medios intimidatorios o de soborno, para hacerlo sin riesgos. La ciudadanía se mira en el espejo de sus triunfadores públicos, jóvenes millonarios, políticos egocéntricos y banqueros falsamente salomónicos...  Y los admira y trata de imitar, porque los ve sonreír felices mientras adoran al becerro de oro de la opulencia y el poder. Nadie parece haberles explicado que es un falso brillo de felicidad, un reflejo del efímero ego, pero que están  construidos con los mismos materiales de debilidad, dudas y miserias, que el resto de los humanos.
     Si hubiera que trazar el perfil alegórico de este tiempo tan calamitoso, la figura sería un grandioso transantlántico (capitalista) a punto de naufragar, porque el capitán (orden y moral ciudadana), víctima de un motín, ha sido colgado del palo mayor. Por supuesto,  los oficiales de la nave (políticos) y suboficiales (banqueros y empresarios) han abandonado sus obligaciones como navegantes y se dedican a la rapiña y al saqueo público. Esta metáfora refleja de modo no muy exagerado la realidad social de este convulso mundo que nos ha tocado vivir. Nadie sabe qué esta pasando con la economía, ni por qué se violan por sistema los códigos morales e inclusos las leyes que nos hemos dado, pero las consecuencias la sufren una gran mayoría de ciudadanos,  que ahora comienza a clamar escandalizados porque le recortan o suspenden derechos históricos reconocidos, como el derecho trabajo, a la sanidad, a la educación... Pero lo cierto es que la sociedad ha quebrado y lo ha hecho porque su bienestar se asienta sobre un sistema de leyes laxas, muy vulnerables, y porque a los garantes políticos no les interesa atender las demanda del pueblo que exige el endurecimiento de la ley penal y su rápida y contundente aplicación. Sólo así se podría contener esta sangría de apropiaciones delictivas cometidas por personas que, en muchos casos, son los  responsables de garantizar el legítimo destino de los caudales y riquezas públicas. Pero el clamor del pueblo se apaga en el mismo recorrido físico que le sirve como desahogo. Y es que el capitalismo democrático está preparado para digerir todo tipo de protestas y fagocitar contrarios sin que le tiemble o se le altere el pulso. 
     De modo que las cosas seguirán igual que están durante mucho tiempo. Las voces de alarma de intelectuales comprometidos se pierden en el desierto de la codicia y la ambición social. Hay instituciones cuyo prestigio alcanza índices tan bajos que sólo se mantienen en pie porque representan la soberanía popular y la democracia. Pero ni aún así, los políticos y sus beneficiarios económicos, admiten la necesidad de regenerar la imagen que transmiten a la ciudadanía. Se niegan a realizar el sacrificio de ser y parecer honestos y actuar en consecuencia. Han cerrado los ojos y no quieren ver que la sociedad se despeña por un abismos de inconfesables corrupciones y oscuros intereses. Así que al grito del edecán de turno, "¡Yo a lo mío y cada uno a lo suyo! (resumen de la filosofía política del ego), las atareadas hormigas del poder y sus adláteres se afanan en multiplicar sus riquezas, cuanto más mejor, no importa a quien roben, exploten o empobrezcan. Así es imposible crear una conciencia social y mucho menos nacional, diluidas estas por la falta de respeto de quien deberían representar un modelo social de virtuosismo.
     Desde la globalización existe un impulso incontrolado de codicia universal y de lucro que no cesa. En un mercado global y desregulado, los poderes públicos, empresarios y financieros, construyen leyes a la medida de su ilimitada ambición, tratando de acumular fondos y riqueza material y de doblar en el menor tiempo posible lo acumulado. Y todo esto sucede mientras amplias capas de la población mundial, en especial ancianos, mujeres y niños, no tienen acceso a una alimentación básica, educación o sanidad. La situación actual de  degeneración especulativa y de prostitución política es mucho más inquietante y penosa que la de Sodoma y Gomorra bíblica, sólo que aquí nadie se convierte en estatua de sal, porque están tan atareados en ganar dinero, que no tienen tiempo de volver la cabeza. Alfonso Pérez Romero