sábado, 17 de noviembre de 2012

EL CREPÚSCULO DE LOS HOMBRES APÁTRIDAS


La estrategia global de integrar territorialidad y economía en un sólo bloque político y financiero,  sobre el que el capitalismo salvaje pueda ejercer su estrategia saqueadora con total libertad, ha sido una de las más desafortunadas decisiones tomadas por las sociedades europeas. Los ciudadanos de las democracias occidentales nunca tuvieron una información clara y suficiente sobre lo que se avecinaba, y tampoco era fácil calibrar el riesgo que suponía la puesta en práctica de tan diabólico y elitista proyecto.  En realidad, a la gente ni siquiera se le dio a elegir entre el sí o el no, sino que fueron partícipes involuntarios y obligados del sibilino plan, que fue implantado en el mundo de un modo gradual, encadenando economías entre sí, y haciendo dependiente unas de la otras y todas de la misma economía global. Y mientras todo esto sucedía, atabaleros mediáticos tocaban redobles triunfales, poniendo un fondo de percusión a la mentirosa oratoria de los representantes de la usura internacional, que prometían el paraíso en forma de un nuevo e interminable ciclo de prosperidad.  Este olímpico desprecio informativo de la oligarquía internacional hacia las clases medias y bajas, garantizaba la confidencialidad y buena marcha del negocio, ya que evitaba el peligro de rechazo social. Nadie pareció advertir el abordaje a las arcas públicas que se avecinaba, pero no fue por  ignorancia o desacierto público, sino que contaron con la  connivencia de muchos políticos y economistas,  que colaboraron en el montaje del artificio global, ayudando a su implantación social y a su difusión mediática. Lo vendieron como el elixir mágico que acabaría con el hambre y el desempleo en el nuevo siglo. Hubo por tanto, entre estos adyectos personajes,  un pacto no escrito de silencio, un engaño masivo tolerado. Y mientras los medios afines seguían promoviendo falaces razonamientos, la economía fue criminalmente desregularizada,  rompieron las barreras arancelarias, atacaron con el cuento de la aldea global  la vertebración ideológica de los pueblos e hicieron saltar por los aires el concepto ancestral de la territorialidad, entendida esta como conjunto de  ciudadanos vinculados por  una lengua, una cultura y una historia común. El capitalismo dividió su estrategia en distintas fases de implantación, de modo que mientras el pueblo era adormecido con una fase inicial de creación de riquezas expansiva y con una creación de empleo y de inversiones desbordantes, fueron colocando cargas de dinamita económica en los puntos claves de la sociedad (finanzas, política, economía...), con el objeto de hacerla saltar por los aires en el momento oportuno. Al mismo tiempo, impusieron  un credo ideológico común en todo el mundo desarrollado, justo el de que no hay otra ideología política que el bienestar y el dinero, y la fueron inoculando en la piel y en la sangre de los desprotegidos y confiados  ciudadanos. Por entonces, ya habían conseguido sobornar políticos, corromper empresarios advenedizos, intoxicar entidades financieras y endeudar familias con créditos fáciles y sin garantías. Les faltaba por doblegar al nacionalismo radical  (la izquierda marxista hacia tiempo que estaba derrotada), que vincula su ideología al concepto de territorialidad y a la pureza de la  sangre, y lo consiguieron abriendo de par en par las fronteras a la inmigración masiva, hasta conseguir una multitudinaria mescolanza de personas y costumbres, creando de esta forma  un elemento  corrosivo contra  cualquier aspiración nacionalista que supusiera  regresar a una Europa de fronteras, nacionalismos y razas. Hoy se sabe que en los países no mandan sus propios gobiernos, que estos son títeres movidos por hilos y manos invisibles, que las leyes económicas las dictan los mercados, y que crece en torno a los pueblos un endeudamiento que amenaza con asfixiarlo Es el nuevo yugo de una esclavitud impuesta por los oligarcas financieros, los nuevos reyes del universo. Estos monarcas han orquestado, con extraordinaria inteligencia y no menos audacia, una revolución que ha cambiado en poco tiempo todas las leyes laborales y económicas que regían el mundo civilizado. Son ricos ociosos que se ha cansado de ganar dinero del modo tradicional, y que hoy se distrae con el diabólico plan de empobrecer al mundo y devolverlo a una época preindustrial, donde los derechos eran escasos y el bienestar ninguno.  ¡Qué Dios nos coja confesados, a nosotros y, por si acaso, también a ellos!. Alfonso Pérez Romero.





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