domingo, 2 de septiembre de 2012

LAS SOCIEDADES CREPUSCULARES

La sociedad española está envuelta en un fulgor crepuscular, un falso brillo de riquezas prestadas y consumidas, una burbuja de irresponsables deudas ahora exigidas por los representantes oficiales de la usura internacional, de la que chupan, con entusiasmo y aplicación, políticos demagogos,  banqueros sin escrúpulos, y  poderosos caballeros de  muy envilecidos instintos y peores sentimientos. La debacle era previsible y acaso evitable, pero quienes estaban al mando de la nave no les interesaba corregir la singladura, les era más rentable dejar que se estrellara contra el enorme iceberg de un descomunal déficit. Ahora la sociedad asiste atónita al canto de las cigarras políticas, una fastidiosa  palinodia de disculpa, descargando la objetiva responsabilidad en otros partidos políticos contrarios al suyo, en la burbuja financiera internacional, y hasta en el pueblo por haber vivido por encima de las posibilidades reales. Es la ruinosa ceremonia de la confusión en la que el origen ético de la culpa queda desvirtuado por circunstancias ajenas a la propia  voluntad de los gestores políticos. Pero lo cierto es que nada hubiera podido suceder sin la complicidad de unos, la permisividad de otros, y los espurios intereses de casi todos, en especial políticos, banqueros y empresarios. El pueblo fue la víctima propicia a la que se le facilitó las herramientas crediticias para que se auto inmolara en el altar de las deudas impagables. Ahora, para el PP, todas las deudas es una sola que se acuña bajo la definición déficit nacional y que incluye tanto la deuda soberana, la financiera y la privada. Aquí hay que hablar de cifras nunca soñadas en préstamos que ha de devolver el pueblo con fatiga, hambre, sudor y lágrimas. Y ya ha comenzado el reintegro con recortes e impuestos de muy difícil justificación. La sociedad crepuscular ha sido envuelta en  una maraña de conceptos financieros que no entienden, como son posiciones en corto, prima de riesgo o agencias de calificación, y el sol laboral ha dejado de brillar en sus vidas y se ha apagado la ilusión por tener un futuro mejor para sus hijos. Casi seis millones de parados no comprenden la soledad laboral en la que se ven envueltos, ese manto de silencio político y empresarial que cubre las imposibles ofertas de empleo. Nadie mueve un músculo económico en esta sociedad desamparada, que se está quedando a oscuras con sus inconfesables penurias, con un yugo político que asfixia las economía familiares, condenadas a una vida de subsistencia. Al estado de desesperación suele suceder ese otro de acometer locuras a  beneficio de inventario. El pueblo ha perdido las riendas laborales que rigen el destino económico de sus vidas, del bienestar de su familia, y en cualquier momento puede dar rienda suelta al órdago de reclamar por las bravas lo que no le reconocen por las buenas. Es su derecho irrenunciable. Y tienen que hacerlo antes de que el crepúsculo económico deje paso a la negra y fría noche del largo ciclo aún más  ruinoso que se avecina. Alfonso Pérez Romero.

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