lunes, 13 de agosto de 2012

LA DICTADURA REFLEXIVA DEL PROLETARIADO


Una juventud que piensa en voz alta, sobre cuestiones  políticas o de complejos asuntos financieros,  es un peligro para sí misma y sobre todo para el Sistema. Y aún es mucho mas grave si estos análisis populares se producen por escrito, exponiéndolos en las redes sociales, que son un hervidero contradictorio de pronunciamientos morales y jurídicos instantáneos, y que vienen a implantar un modelo alternativo que podríamos definir como la dictadura reflexiva del proletariado. Este hecho tiene desconcertada a la élite política y empresarial y a sus perros mediáticos, que ya no saben en que tono y frecuencia ladrar para restaurar el respeto al poder establecido por las urnas. Las fórmulas clásicas de evasión y entretenimiento, que adormecían conciencias y sometían voluntades, ya no funcionan con la misma eficacia de antes. Al pueblo pan y circo, se decía en tiempos de Franco.  Ahora es el cine, los macroconciertos musicales, las competiciones deportivas, cierto tipo de drogas legales o ilegales, y otras muchas alternativas menores. Todo ello es consumido y disfrutado por los ciudadanos, pero de ningún modo ha rebajado la tensión y el tono de las voces críticas. Es lógico, pues,  que la élite política y financiera se sienta incómoda, con tantos ojos escrutando cada una de sus palabras y decisiones, que después son depurados por un vendaval de opiniones contradictorias, de donde sale resumida una sentencia inapelable de inocencia o culpabilidad. El vigilante así se convierte en vigilado y quienes tenían la función de guardar y hacer guardar las normas, son juzgados en una vista pública multitudinaria por los ciudadanos. En juego está la imagen, tan importante para quienes se dedican a la vida pública. En algunos momentos recientes, algunos gobiernos han llegado a utilizar medios extremos, como es la fuerza y la coacción, para restaurar el orden público en las calles, pero no encuentra la fórmula mediática ni jurídica de acallar las voces disidentes que se multiplican en las redes sociales. Este instrumento, al servicio exclusivo del pueblo, se ha convertido en un arma letal para derribar Gobiernos. No hay más que recordar lo que ha pasado, hace unos meses, en Túnez o en Egipto. Cierto es que eran regímenes cuasi totalitarios y que no tenían el asentamiento y las raíces democráticas de los gobiernos occidentales, pero no es menos cierto que, la exposición pública de los casos de corrupción y despilfarro, va generando una espiral imparable de descontento y conflicto social. Y si este descontento es manifestado de un modo sostenido, y con prolíficos argumentos, en los foros públicos, el Gobierno pierde la legitimidad, la misma que le dieron los ciudadanos con sus votos, y tiene la obligación moral de someter sus políticas a referéndum, para que su mandato pueda ser confirmado o revocado por el pueblo. Alfonso Pérez Romero.




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