sábado, 11 de agosto de 2012

BREVES REFLEXIONES SOBRE EL YO Y LA EXISTENCIA

La intimidad del hombre está habitada por minúsculos deseos y grandes sueños. Es la paradoja, que junto al obligado reto de la supervivencia diaria, que se mueve siempre en los márgenes estrechos del realismo más acentuado, coexisten sueños de grandezas que vuelan con alas libres por el  infinito espacio de la intimidad y  la imaginación. Somos, pues,  así, pequeños y a las vez majestuosos, gorrioncillos  que aletean desesperados en la jaula del tedio y de las obligaciones diarias, o aves majestuosas que alzan y recrean su vuelo por ensueños dibujados por los pinceles de una secreta ambición. Nunca no es suficiente con lo vivido. El hombre necesita el complemento de lo que nos queda por vivir, para no sentir su biografía mutilada, extraña, incompleta. Es decir, que necesitamos ese trozo de existencia,  impredecible y futura, para retocarla y sentir que nuestra vida cobra sentido y que nuestro espíritu vive en plenitud un futuro perfectamente esbozado.  Es en este punto donde entra en juego la memoria selectiva que engaña a la razón  y   transforma los recuerdos en estampas nostálgicas, donde no caben debilidades, miserias ni rendiciones. Y una vez que la amnesia electiva ha corregido el pasado, lo ponemos al servicio de nuestras  ensoñaciones de grandeza. Y es ahí donde la  truculenta imaginación impulsa el sueño del futuro que, como queda dicho, nunca es una continuación exacta de la realidad que vivimos, sino una construcción libre y arbitraria que nos tranforma en el ideal nostálgico de nosotros mismos. Somos lo que soñamos y somos lo que sentimos y en ese devenir, entre realidad y  deseo, encontramos el necesario equilibrio emocional. Estamos construyendo nuestro yo con trozos del pasado, pero proyectándonos siempre hacia ese tiempo que nos queda por vivir y que nunca  aceptamos como finito. Alfonso Pérez Romero.





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